Este debate es la lucha por ocupar el lugar que merecemos en el mundo de las arte reivindica Valerie Steel.
Con la nueva edición de ARCO en Madrid en el Museo Savannah College of Art and Design, en el Estado de Georgia, los argumentos que discuten dónde está el límite que separa la costura del arte.
¿Cuál es el escaparate acertado para exhibirla?
El coleccionista y Han Nefkens intenta unir los patrones de este difícil traje: «Falta por determinar si hay moda que de verdad pueda tener una función en los museos, que tenga algo que expresar más allá de su interés como vestido».
En 2006 Nefkens amplió su colección de fotografía, vídeo, instalaciones y pintura de autores como Jeff Wall, Sam Taylor-Wood, Bill Viola o Shirin Neshat y Félix González-Torres con los diseños de Hussein Chalayan y Viktor & Rolf, entre otros, como parte de su proyecto Fashion on the Edge.
Una serie que ha crecido con tres nuevas incorporaciones: un trío de vestidos de alta costura del último desfile de los holandeses según The New York Times el valor medio de cada una de estas piezas es de 20.000 dólares. Con estos ya suman 20 los modelos creados por el tándem flamenco que Nefkens ha cedido al museo de Boijmans Van Beuningen, de Rotterdam. «Incluso para diseñadores tan reconocidos como ellos a veces resulta muy difícil financiar este tipo de creaciones, que además no venden, porque más que prendas comerciales, son una extensión de su universo creativo». Este febrero, Viktor & Rolf comunicaron su decisión de abandonar el prêt-à-porter para centrarse en la línea de haute couture. «Es en ese segmento donde están nuestras raíces, lejos del calendario de pasarelas, y donde los textiles funcionan como un vehículo de expresión artística», explica la pareja.
Giorgio Armani explica su perspectiva de la siguiente manera: «Por supuesto, la moda es arte. La relación entre estos universos es muy estrecha. Ambos son medios de expresión de gran potencia, que crean objetos no solo bellos, sino también capaces de emocionar. De hecho, la industria de la confección se sitúa en el centro de la creatividad y es el mejor espejo de la sociedad y su cultura». Personalidades como Marina Abramovic apoyan este planteamiento. «Nuestros mundos están cerca», dice. «En ambos hay grandes nombres, imitadores y revolucionarios. Son estos últimos los que me interesan».
Defensa organizada. Según Diana Fernández, profesora de Historia de la Moda en el Centro Superior de Diseño de la Universidad Politécnica de Madrid, «se admite y reconoce que la indumentaria –como parte de la cultura material de los pueblos– estaría directamente vinculada con las artes aplicadas, por contener cada pieza o accesorio diversas de las llamadas artes menores (tejeduría, orfebrería, encajes bordados, incrustados, marroquinería). Una prenda podría ser considerada como objeto de arte en tanto que puede producir disfrute estético». Para el historiador Pablo Pena González la moda no ha conseguido ser reconocida como merece por motivos complementarios. «La historia del Arte nace en la Edad Contemporánea (siglo XIX) y la crean los hombres, que son precisamente esa mitad de la humanidad que por aquel entonces decidió renunciar a la brillantez de la indumentaria y convertirla en atributo femenino, con lo que esto tiene de peyorativo para una sociedad patriarcal: ‘cosas de mujeres’», justifica el autor de Indumentaria en España: el periodo isabelino (1830-1868) y El traje en el Romanticismo y su proyección en España (1828-1868).
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Vestido que lució Kirsten Dunst. |
Sobre la pasarela, toda una generación de diseñadores ha reivindicado su talento y su influencia en la cultura. Así Pierre Bergé, cofundador de Yves Saint Laurent y presidente de la fundación que lleva su nombre junto con el del modisto, se refiere a este último como «el mayor artista contemporáneo que ha dado Francia». Para reconfortar a aquellos que son menos creativos o afortunados, Pablo Pena González se apoya en el diccionario que define arte como «la habilidad para hacer algo». Y analiza: «El ser humano no puede ser más que artista, es su condición. Cada cual que escoja luego el eslogan que le acompañe según su proyección de marca».
En el siglo XIX, los prerrafaelitas promovieron el Aesthetic Dress, un movimiento que exigía el reconocimiento artístico de hilanderos, bordadores y otros oficios implicados en la confección de las prendas victorianas que reproducían en sus obras, pero no lo consiguieron.
Quien sí alcanzó la celebridad fue Charles Frederick Worth, el primero en incluir su firma en la etiqueta de sus vestidos. «Se pasó del artesano anónimo al artista sublime que goza de notoriedad y renombre», nos cuenta Diana Fernández. La consolidación de esta figura llegó en el siglo XX. De sus primeras décadas hemos heredado nombres como el de Paul Poiret, quien decía «sentirse muy próximo a mis compañeros pintores», o Elsa Schiaparelli, famosa por su relación de amistad y colaboración con los surrealistas franceses. «Posiblemente ella es uno de los pocos casos en el mundo que consiguió convertir en arte la indumentaria,salvo excepciones como ella, este es un oficio bellísimo, pero un oficio».
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Pieza de la última colección de Armani Privé con la que el diseñador celebra sus diez años en la alta costura. |
En el siglo XXI, cuando los límites de lo que se considera arte se difuminan, el vestir parece acercarse a esta forma sublime de expresión sin llegar a serlo. Se nutren, se retroalimentan, pero la esencia de ambos es distinta, aclara Diana Fernández. «Hay una gran diferencia entre lo que es patrimonio cultural y el reciente interés de elevar el valor de la moda, dándole entrada en las galerías y convirtiendo al diseñador en artista y sus confecciones en piezas de museos».
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