
Las ideas y pensamientos en torno al encuentro y la fusión entre el arte y la moda, nos llevan a plantear una última cuestión que hoy se presenta en el horizonte de las reflexiones sobre el futuro del diseño y la producción de indumentaria. Hasta aquí vimos cómo las funciones estética y social de la moda se asociaban o modificaban generando diversas alternativas para la comprensión de este fenómeno. Sin embargo, en todos los casos, la consideración estética –en un sentido amplio– validaba los excesos artesanales de las prendas y justificaba la necesidad de cierta permanencia en la variación. Pero, es lícito interrogarse, qué sucedería si este factor que atraviesa la historia del vestido –y, por ello, podría denominarse trans-estético– fuera removido de todas las expresiones de la moda. ¿Es absurdo, acaso, pensar en una moda reglamentada por la función utilitaria (higiénica, púdica y, hasta cierto punto, social) como parecían imaginar los autores de ciencia ficción al aventurarse a describir los usos y costumbres de nuestro planeta en los próximos siglos, o incluso las incursiones de habitantes extraterrestres? Atendiendo a la búsqueda de la supresión de las diferencias en las ropas –que intentaron varias utopías políticas del siglo pasado– para consolidar ciertas formas del trabajo y de la convivencia social, ¿ha sido superada total y definitivamente la voluntad de uniformizar gracias a la posibilidad de complacer las demandas que surgen de una fragmentación microscópica que la sociedad de la información ha podido ejecutar sobre los intereses del mercado? En esas condiciones ¿podrá seguir anidando en el núcleo de la moda su carácter unitivo, estructurante, que había visto tan bien Simmel?
Una respuesta clarificadora de esos interrogantes exigiría mucho más espacio del que es posible disponer en estas páginas pero, al menos, quede apuntado que algunos ya comienzan a hablar de una moda «transhumanista» en la cual el sueño de una extensión del cuerpo y del vestido hacia los objetos circundantes o el manejo de dispositivos tecnológicos bio-articulados, empieza a tener una fecha de aparición. La combinación de los aportes de la nanotecnología con telas «inteligentes», piel digital o venas «iluminadas», para citar sólo algunos ejemplos de otras muchas anticipaciones, abrirían una época meta-estética en la cual la moda estaría perfectamente integrada con nuestras necesidades vitales –las de todos, y por ende, sin diferencias ni lugar para excepciones.
¿Seguirán siendo «moda» estos recursos indumentarios o habremos alcanzado finalmente un estado de perfecta anulación de las fronteras estéticas y sociales? El desafío del mantenimiento de la moda como «principio de realidad» para auscultar las tendencias y los ritmos sociales podría resultar en un fracaso, y entonces se verificaría el atroz destino21 que Baudrillard profetizaba para la sociedad en una gran implosión final. Pero si sucede, esa reversión ocurrirá en el plano de la intimidad y no en el ágora pública; será la decadencia suave hacia la que nos conduce irremediablemente la «seducción», instalada en la óptica de todos los acontecimientos:
La seducción es aquello que no tiene representación posible, porque la distancia entre lo real y su doble, la distorsión entre el Mismo y el Otro está abolida. Inclinado sobre su manantial, Narciso apaga su sed: su imagen ya no es «otra», es su propia superficie quien lo absorbe, quien lo seduce, de tal modo que sólo puede acercarse sin pasar nunca más allá, pues ya no hay más allá como tampoco hay distancia reflexiva entre Narciso y su imagen. El espejo de agua no es una superficie de reflexión, sino una superficie de absorción (Baudrillard, 1987 b, p. 67).

La moda-arte, posiblemente “deberá rendirse a la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza” (Eco, 2004, p. 428), pero también nos concederá la oportunidad privilegiada de ensayar una salida, de planificar una salvífica evasión hacia los territorios de la verdad y la belleza.
La moda-arte, posiblemente “deberá rendirse a la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza” (Eco, 2004, p. 428), pero también nos concederá la oportunidad privilegiada de ensayar una salida, de planificar una salvífica evasión hacia los territorios de la verdad y la belleza.
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