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martes, 18 de diciembre de 2018

LA MODA EN MUSEOS

Que la moda es cultura parece fuera de toda duda, que los diseñadores son, muchas veces, auténticos artistas, también. La discusión, en todo caso, está en si los objetos de este arte deben o no permanecer en los museos. Proponemos aquí diferentes opiniones.



Ahora, a nadie sorprende que se expongan las obras de Armani en un museo. Cosas menos refinadas como excrementos de elefantes, basuras y animales en descomposición han provocado largas colas de espectadores y gran éxito de recaudación. Pero, además, colecciones más estruendosas y populares como las motocicletas han ocupado hace pocos meses los mismos espacios del Guggenheim. Armani es hoy, en la moda, un arquetipo sin contestación. No soporta el malditismo de un Jean Paul Gaultier ni la aparatosa obscenidad de un Versace. Se encuentra en la línea medular de la plomada, en el centro plateado del color, en el international style del diseño y la arquitectura del siglo. Si hubiera que empezar por una firma en las exhibiciones de costura más contemporánea no hay duda que debería hacerse por ahí y las gentes del Guggenheim poseen, con creces, la medida estética de la oportunidad comercial.

En la actualidad, no hay gran museo sin gran público, no hay supervivencia sin espectáculo, no hay prestigio sin el deseo de las masas. El Guggenheim es vanguardia de esta nueva economía cultural pero ya, desde hace dos décadas, todos los importantes museos de Estados Unidos han elegido a sus directores entre figuras empresariales o han creado una dirección bicéfala, artística y mercantil. De la cabeza mercantil cada vez más predominante, en las editoriales, en las productoras, las emisoras, las iglesias o los museos, surgen ideas como la que sitúa las ropas de Armani entre las salas bilbaínas de Gehry. Para su primera muestra en el Guggenheim de Nueva York la empresa italiana entregó cinco millones de dólares. De esa suma, el museo obtuvo beneficio para su presupuesto anual pero Armani, a su vez, alcanzó la publicidad internacional más exquisita, el máximo grado de la distinción, la etiqueta institucional que le otorga definitivamente, ingresando en un museo, la garantía de no morir jamás.

En primer lugar, el escritor y periodista Vicente Verdú afirma que la moda es también un arte y debe estar en las tiendas, en la calle y, como la vida misma, también en los museos. Todo puede ser exhibido en los museos mientras tenga un criterio museográfico coherente: el museo no muestra nunca inocentemente o, para ser más exactos, no debería nunca mostrarse nada sin un por qué, sin un discurso interpretativo, que puede explicitarse mediante textos o incluso sólo visualmente. 

               
Sin embargo, en un país como España, tan huérfano de grandes exposiciones históricas (por referirnos al siglo XX, nunca se ha visto, por ejemplo, una retrospectiva Pollock) el conceder las alas de un museo tan importante como el Guggeheim a un modisto con una difusión fuera de toda duda se convierte en algo cuestionable. No estoy negando con ello ni la calidad del modisto ni la presencia de la moda en los museo. ¿Por qué no crear algún otro museo especializado en moda -existe uno en Barcelona- en donde exponer a Coco Chanel, Schiaparelli, Balenciaga, Miyake y a los más jóvenes creadores? En realidad, este tema nos recuerda que el Guggenheim de Bilbao es una sucursal del neoyorkino sin apenas capacidad de autonomía de programación, es decir, de originalidad o de adecuación a las necesidades artísticas de cada contexto.

Por otra parte, Victoria Combalia, critica y acesora de arte, cuenta el nuevo plan de La Ministra de Educación, Cultura y Deportes.Se trata de una muy buena iniciativa. Moda y arte, moda y cultura se han dado siempre la mano. Baudelaire dedicó uno de sus mejores ensayos a ese universo. Durante los años de entreguerras, Sonia Delaunay, Coco Chanel, Elsa Schiaparelli y otros grandes nombres consiguieron trabajar en ese quicio.

                            

París, que a trancas y barrancas sigue siendo, si no la capital, sí una de las capitales mundiales de la moda, posee por lo menos dos museos dedicados -bien es verdad que uno de ellos sólo parcialmente- al tema que nos ocupa. Aquí no hay nada equivalente, aunque a la vista está que nuestro Museo de Artes Decorativas, hasta hace poco centrado en la tradición, está dando pasos interesantes de cara a ocuparse también del siglo XX. Me imagino perfectamente ese centro, atendiendo a ese frente. En cuanto al que dirijo, pronto la moda estará presente en él, en el marco de la exposición en torno a los Minimalismos, contemplados desde muy diversos ángulos.

¿Guggenheim-Armani? Soy extremadamente respetuosa respecto de la política de los demás museos, por lo que me reservo la opinión. Lo que sí parece evidente es que los Guggenheim programan de un modo distinto de los demás. En cualquier caso, el debate, en el que repito que por mi parte no quiero entrar, no puede centrarse en esta sola exposición, sino que debería contemplar tanto otras también heterodoxas y discutidas, y ahí entraría la de motos, como aquellas que no ofrecen discusión alguna, dadas su pertinencia y excelencia manifiestas.


Sin embargo, Juan Manuel Bonet opina que el diseño de moda no es propiamente un arte, aunque encontrar la frontera entre diseño y arte puede resultar complicado. El trabajo de los dos diseñadores que, a mi juicio, más se aproximan al arte son Rei Kawakubo y Hussein Chalayan -aunque ellos afirman que lo que hacen no es arte-. La moda está marcada por la estacionalidad. Lo efímero de su naturaleza y su carácter seriado hacen que se aleje del concepto de arte. Pero el arte, especialmente el arte moderno, influye de un modo claro en la moda. 
Contemplar un cuadro o asistir a una exposición puede inspirar y condicionar un diseño, aunque no sea de modo consciente. Para mí las grandes referencias en el mundo del arte son Kandinsky, Mondrian, Pollock, artistas que influyen en el tratamiento del color, en las texturas, en la pureza de las formas. Tàpies, con su concepto matérico de la pintura en el que la tela se vuelve rígida, se pinta, se engoma, alienta al diseñador a investigar con los tejidos, a hacerlos suyos. El blanco y el negro en el trazo gestual de Brice Marden sugiere una segunda piel, una prenda de formas adaptadas al cuerpo. Damien Hirts y sus magníficos lunares son otro punto de referencia en las formas y colores.

          

Finalmente, la diseñadora Amaya Arzuaga, comenta que siendo tan clara la influencia del arte en la moda, no es extraño que en un museo de arte moderno se realicen exposiciones de moda como otra disciplina artística, tratando a un modelo como a una escultura a la que uno puede rodear, acercarse y casi tocar para apreciar los detalles, los tejidos, los cortes, los accesorios, pudiendo casi imaginar que lo lleva puesto. Los museos son un entorno perfecto para una exposición de moda porque ofrecen la posibilidad de dar a cada modelo su propio espacio.

    amaya arzuaga bilaketarekin bat datozen irudiak

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